martes, 10 de febrero de 2009

ODAS




ODA A RAFAEL (QUE NO QUISO SER PLEGARIA)

Yo te saludo coronando cielos
y torres a la par, pero no sombras,
bajo el ocre latir de los faroles,
que un corazón de barrio viejo dejan
herido de crepúsculo.

                                         Hechicero
quieres ser tú de Córdoba, la quieta,
la de la impenitente transparencia
del agua secular, no la del rito
de la lluvia que lame las aceras.

Fuiste dado a la hipótesis perfecta
del abrazo que dejas, vigilante,
al pálpito de Córdoba, la sola.
Del mozárabe roce de tus alas
intangibles, tal vez desmesuradas,
por encubrir acaso la quimera
del tacto de tu espalda. Pero no
de tu pie que, cautivo, reverbera
en la pared sin alma de una vieja
taberna de la calle de mi casa.

Eres el mito que provoca celos
de santos olvidados y de ángeles
de inconsistente sexo,

                                                 (por el agua
de tu pecho de mármol,

                                                 por el reto
de tu músculo oblicuo,

                                                 por la plata

de tu pez singular), sin tú saberlo.

Pero a mí, ¿qué me queda de tu vértigo?
¿Del báculo que quiere ser altiva
vocación de tu fe, del aire mismo?

Oh, aljamiado custodio, te revelo
un sueño que he tenido: ser Tobías
para ti solamente. Que al candil
del otoño me redimas el párpado
con la mano que sana sin pedirlo.
Y yo, a cambio, te ciña de berilos
el costado, de lirios tu cintura
entre lenguas de luz itinerante.

Por eso no te miro desde el fondo,
en el punto que soy donde la tierra,
incapaz de decirte una plegaria,
sino frente a la cara.

                                            Reconozco
que una oración te he dicho con los ojos
y las manos, mas nunca con los labios.
Yo no puedo rezarte. Sólo quiero
adivinar tu pecho, con la punta
de mis dedos tocarte. Ya te rezan
de Córdoba sus piedras infinitas.